domingo, 31 de mayo de 2009

ACERCA DE BAUDELAIRE


1. El espacio urbano moderno

La ciudad es el espacio de la modernidad. “Ser moderno” es un tipo de experiencia vital que se desenvuelve en la vorágine del espacio urbano, caracterizada por la circulación (acelerada y cambiante) de sujetos y bienes culturales y materiales.[1]

El origen de la “ciudad moderna” puede rastrearse en la concepción secular y racionalista del mundo expuesta en el tratado arquitectónico de Leon Battista Alberti (De re aedificatoria, 1436): se trata de una ciudad que sustituye el “laberinto” medieval (caracterizado por calles sinuosas y estrechas y una plaza mayor donde se asientan las principales instituciones, gubernamentales y religiosas) por bulevares que atraviesan de punta a punta el entramado urbano, con una disposición geométrica de las calles y la existencia de cruces en ángulo recto.[2]

Esta idea moderna de reemplazar el laberinto medieval fue adoptada en gran escala por los arquitectos barrocos, durante el auge del Estado absolutista. Su objetivo era poner de relieve el poder real, para lo cual trazaron largas y amplias calles bordeadas de árboles (i.e.: la vía hacia la Basílica de San Pedro en Roma) que desembocaban en enormes plazas abiertas (las piazzas), en cuyo centro se erguían las grandes catedrales o palacios.

La victoria del principio geométrico según las ideas del barroco, con la destrucción minuciosa del laberinto medieval (luego laberinto de la clase obrera), fue la acelerada construcción de bulevares que transformaron las principales ciudades occidentales en las últimas décadas del S. XIX (París, Viena, Berlín y Nueva York).

2. París, capital del S. XIX

La construcción de bulevares fue una de las innovaciones urbanísticas más espectaculares del S. XIX y el paso decisivo de la ciudad tradicional.

Desde 1850, George Haussmann, prefecto de París por mandato imperial de Napoleón III, abrió una vasta red de bulevares en el corazón de la vieja ciudad imperial, como las arterias de un nuevo sistema circulatorio urbano.






Calle de París, día lluvioso
Gustave Caillebotte, 1877.
(
Art Institute, Chicago).


La modernidad de Haussmann (el “artista de la demolición”, según Walter Benjamin) implicó una racionalización del espacio y un amplio sistema de planificación urbana que incluía la construcción de mercados centrales, puentes, alcantarillados, sistemas de distribución de agua, espacios culturales y una gran red de parques. Haussmann trazó calles, avenidas, puentes y plazas que conectaron los puntos neurálgicos de la ciudad: “Un eje norte-sur, este-oeste, comunica el centro y la periferia, y las grandes vías convergen en las estaciones de tren. Se implanta un sistema de circulación. Surge en el momento una metáfora sugestiva para describir París. La ciudad es vista como un organismo vivo, con sus órganos comunicándose entre sí”.[3]

Los bulevares parisinos derribaron barrios miserables y abrieron un “pulmón” en medio de una oscuridad y congestión asfixiante.

Desde el punto de vista económico-especulativo, su construcción estimuló la expansión del comercio local a todos los niveles, contribuyendo a sufragar los enormes costos municipales de la demolición y la construcción del nuevo rostro urbano.

Generó empleo para miles y miles de trabajadores (hasta la cuarta parte de la población económicamente activa, en el caso de la demolición del laberinto medieval) en obras públicas a largo plazo, circunstancia que ciertamente apaciguaría políticamente a las masas.

Los bulevares, por último, fueron los largos y anchos corredores por los que las tropas y la artillería podrían desplazarse efectivamente contra las futuras barricadas e insurrecciones populares.




La barricada de la calle Saint-Maur-Popincourt, tras el ataque por las tropas del general Lamoricière (26/VI/1848)
Thibault, 1848
Musée d´Orsay, Paris
[4]


Efectivamente, los nuevos bulevares, a diferencia de las sinuosas y empinadas calles medievales, hacían muy difícil obstaculizar el avance de la policía y los soldados mediante la construcción de barricadas, facilitaban el movimiento de las tropas hacia los distritos de la clase obrera en caso de insurrección urbana y conducían directamente a las estaciones de ferrocarril, desde donde las tropas provenientes de las provincias de París se desplazaban hacia los distritos obreros.

El urbanismo tuvo, claramente, un objetivo y un efecto político: el debilitamiento del potencial revolucionario de la clase obrera, metaforizado en la destrucción del laberinto medieval. En tal sentido, Walter Benjamin afirma que “la verdadera finalidad de los trabajos haussmannianos era asegurar a la ciudad contra la guerra civil (…) La anchura de las calles hará imposible la edificación de las barricadas callejeras y las nuevas calles establecerán el camino más corto entre los cuarteles y los barrios obreros. Los contemporáneos bautizarán la empresa: embellecimiento estratégico”.[5]

Los viejos distritos revolucionarios de 1789, 1830, 1848 y de la Comuna de 1871 fueron demolidos. Los trabajadores fueron desalojados y obligados a mudarse a los suburbios.

La “limpieza” de los barrios bajos destrozó las barricadas obreras y trasladó a los pobres a los suburbios, lejos del centro de París.

Paradójicamente, en el nuevo escenario urbano las diferentes clases sociales pudieron observarse mutuamente, convirtiendo dicho escenario (tal como lo describirán los poemas de Charles Baudelaire) en una sede de conflictividad política y social.

Transformaciones de París durante el Segundo Imperio




L’Ile de la Cité y su estructura urbana medieval antes de los trabajos de restauración (plano de 1771)




Ile de la Cité remodelada por Haussmann
Nuevas calles transversales (rojas), espacios públicos (azul claro) y edificios privados (azul oscuro)


Los nuevos bulevares se constituyeron en espacios de circulación de enormes cantidades de personas, bordeados de pequeños negocios y tiendas de toda clase. En las esquinas se alzaban restaurantes y cafés con terrazas en las aceras (pobladas de bancos y frondosos árboles), que pronto serían vistos como símbolos de la “vida parisina moderna”.

Se dispusieron peatonales para cruzar más fácilmente las calles, para separar el tráfico local del interurbano y para abrir rutas alternativas de paseo. Se diseñaron grandes panorámicas, con monumentos al final de cada bulevar, como clímax dramático.

Un aspecto central de la remodelación del espacio urbano fue el tráfico moderno. Los bulevares eran muy amplios, de treinta a noventa metros de ancho. Rectos como flechas, se extendían a lo largo de kilómetros como vías rápidas ideales para el tráfico pesado. El macadam de su pavimentación era notablemente liso y ofrecía una tracción perfecta para las patas de los caballos.

Las mejores condiciones de las calles no sólo aligeraron el tráfico existente, sino que contribuyeron a generar un volumen de tráfico mucho mayor al imaginado. Mientras que la población, entre 1850 y 1870, crecía un 25%, el tráfico se cuadruplicó.

El hombre moderno fue un peatón lanzado a la vorágine del tráfico de la ciudad moderna, a un auténtico caos en movimiento.

3. Dialéctica de la modernización y modernismo en Charles Baudelaire

Marshall Berman reflexiona sobre el espacio urbano moderno a partir de dos poemas en prosa de Charles Baudelaire (1821-1867): Los ojos de los pobres (1864) y La pérdida de la aureola (1865).

Estos poemas (editados por el diario Le Figaro) pertenecen al Spleen de París, cuya protagonista central es la ciudad, y fueron escritos durante el gobierno de Napoleón III y la transformación de París por el barón Haussmann, que puede considerarse un claro ejemplo de la “destrucción creadora” (Nietzsche) desencadenada por la modernización.

Se trata de poemas en prosa, en forma de noticias, publicados en los nuevos medios de prensa de tirada masiva.

(i) Los Ojos de los Pobres

“¿De modo que quieres saber por qué te odio hoy? Te será, sin duda, más difícil entenderlo que a mi explicártelo, pues creo que eres el más bello ejemplo de impermeabilidad femenina que cabe encontrar.
Habíamos pasado juntos una larga jornada que me resultó corta. Nos habíamos prometido que nos comunicaríamos todo nuestros pensamientos el uno al otro y que, en adelante, nuestras almas serían una sola; claro que este sueño no tiene nada de original, como no sea que ningún hombre lo ha visto realizado, aunque todos lo hayan concebido.
Al anochecer, como estabas algo cansada quisiste sentarte en la terraza de un café nuevo que hacía esquina con un bulevar también nuevo y todavía lleno de escombros, que ya mostraba su esplendor inacabado. El café estaba resplandeciente. Hasta el gas alumbrado desplegaba todo el fulgor de un estreno e iluminaba con toda su fuerza las paredes de una blancura cegadora, las superficies deslumbrantes de los espejos, los dorados de las molduras y cornisas, los mofletudos pajes arrastrando sus perros con correas, las damas sonriendo al halcón posado en el puño, las Hebes y los Ganímedes ofreciendo con los brazos extendidos un ánfora con jaleas o un obelisco bicolor de helados con copete, toda la historia y toda la mitología puestas al servicio de la glotonería.
En la calzada, justo delante de nosotros, se había plantado un buen hombre de unos cuarenta años, con cara de cansancio y barba entrecana, que llevaba de una mano a un niño, mientras sostenía en el otro brazo a una criaturita demasiado pequeña para andar. Estaba haciendo de niñera y llevaba a sus hijos a tomar el fresco de la noche. Todos iban andrajosos. Los tres rostros estaban extraordinariamente serios y los seis ojos contemplaban fijamente el café nuevo, con igual admiración, aunque diversamente matizada por la edad.
Los ojos del padre decían: “¡Qué precioso, qué precioso! Se diría que todo el oro de este pobre mundo se ha concentrado en estas paredes”. Los niños exclamaban: “¡Qué precioso, qué precioso! Pero este es un sitio donde sólo puede entrar la gente que no es como nosotros”. En cuanto a los ojos del más pequeño, estaban demasiado fascinados para no expresar más que una alegría estúpida y profunda.
Dice la letra de una canción que el placer hace a las almas buenas y ablanda los corazones. Por lo que a mí refería, la canción tenía razón esa noche. No sólo me había enternecido aquella familia de ojos, sino que me sentía un tanto avergonzado de nuestros vasos y de nuestras jarras, mayores que nuestra sed. Había dirigido mis ojos a los tuyos, amor mío, para leer en ellos mi pensamiento; me había sumergido en los tuyos tan bellos y tan extrañamente dulces, en tus ojos verdes, habitados por el capricho e inspirados por la luna cuando me dijiste: ‘¡No soporto a esa gente con los ojos abiertos como platos! ¿No puedes decirle al encargado del café que los eche de ahí?’.
¡Hasta qué extremo es difícil entenderte, ángel mío! ¡Hasta qué extremo es incomunicable el pensamiento, incluso entre aquellos que se aman”.
(Texto original en francés)

Ah! vous voulez savoir pourquoi je vous hais aujourd'hui. Il vous sera sans doute moins facile de le comprendre qu'à moi de vous l'expliquer; car vous êtes, je crois, le plus bel exemple d'imperméabilité féminine qui se puisse rencontrer.
Nous avions passé ensemble une longue journée qui m'avait paru courte. Nous nous étions bien promis que toutes nos pensées nous seraient communes à l'un et à l'autre, et que nos deux âmes désormais n'en feraient plus qu'une; - un rêve qui n'a rien d'original, après tout, si ce n'est que, rêvé par tous les hommes, il n'a été réalisé par aucun.
Le soir, un peu fatiguée, vous voulûtes vous asseoir devant un café neuf qui formait le coin d'un boulevard neuf, encore tout plein de gravois et montrant déjà glorieusement ses splendeurs inachevées. Le café étincelait. Le gaz lui-même y déployait toute l'ardeur d'un début, et éclairait de toutes ses forces les murs aveuglants de blancheur, les nappes éblouissantes des miroirs, les ors des baguettes et des corniches, les pages aux joues rebondies traînés par les chiens en laisse, les dames riant au faucon perché sur leur poing, les nymphes et les déesses portant sur leur tête des fruits, des pâtés et du gibier, les Hébés et les Ganymèdes présentant à bras tendu la petite amphore à bavaroises ou l'obélisque bicolore des glaces panachées; toute l'histoire et toute la mythologie mises au service de la goinfrerie.
Droit devant nous, sur la chaussée, était planté un brave homme d'une quarantaine d'années, au visage fatigué, à la barbe grisonnante, tenant d'une main un petit garçon et portant sur l'autre bras un petit être trop faible pour marcher. Il remplissait l'office de bonne et faisait prendre à ses enfants l'air du soir. Tous en guenilles. Ces trois visages étaient extraordinairement sérieux, et ces six yeux contemplaient fixement le café nouveau avec une admiration égale, mais nuancée diversement par l'âge.
Les yeux du père disaient: "Que c'est beau! que c'est beau! on dirait que tout l'or du pauvre monde est venu se porter sur ces murs." - Les yeux du petit garçon: "Que c'est beau! que c'est beau! mais c'est une maison où peuvent seuls entrer les gens qui ne sont pas comme nous." - Quant aux yeux du plus petit, ils étaient trop fascinés pour exprimer autre chose qu'une joie stupide et profonde.
Les chansonniers disent que le plaisir rend l'âme bonne et amollit le coeur. La chanson avait raison ce soir-là, relativement à moi. Non seulement j'étais attendri par cette famille d'yeux, mais je me sentais un peu honteux de nos verres et de nos carafes, plus grands que notre soif. Je tournais mes regards vers les vôtres, cher amour, pour y lire ma pensée; je plongeais dans vos yeux si beaux et si bizarrement doux, dans vos yeux verts, habités par le Caprice et inspirés par la Lune, quand vous me dites: "Ces gens-là me sont insupportables avec leurs yeux ouverts comme des portes cochères! Ne pourriez-vous pas prier le maître du café de les éloigner d'ici?"
Tant il est difficile de s'entendre, mon cher ange, et tant la pensée est incommunicable, même entre gens qui s'aiment!

Conforme el poema de Baudelaire:

¿Dónde se desarrolla la escena y por qué es un arquetipo del mundo moderno?

¿Qué significan los “escombros”, tanto en el sentido social como material?

¿En qué sentido la felicidad individual es un privilegio de clase?

¿Cómo irrumpe la modernidad en la vida privada y cuáles son las consecuencias de dicha irrupción?

¿Por qué el espacio urbano puede considerarse un espacio de conflictividad social?

Reflexione sobre la siguiente afirmación de Berman: “los bulevares de Haussmann transformaron lo exótico en inmediato; la miseria, que había sido un misterio, es ahora un hecho” y responda cuál es entonces la paradoja del poder y por qué Marx creía que el capitalismo crearía a sus propios sepultureros.


(ii) La pérdida de la aureola

“¡Pero cómo! ¿Usted aquí, amigo mío? ¡Usted en un lugar de perdición! ¡Usted, que bebe quintaesencias y que se alimenta de ambrosía! ¡De veras que resulta sorprendente!”.

“Ya sabe usted, amigo mío, cuánto me asustan los caballos y los coches. Hace un momento, cuando atravesaba a toda prisa el bulevar, saltando en medio del barro, a través de ese caos en movimiento donde llega la muerte al galope por todos lados a la vez, di un traspié y se me cayó la aureola de la cabeza al fango de la calzada. No tuve valor para tomarla. Me pareció menos desagradable perder mi insignia que exponerme a que me rompieran los huesos. Además, me dije que no hay mal que por bien no venga. Ahora puedo pasearme de incógnito, cometer actos feos y darme al libertinaje como los simples mortales. ¡Así que aquí me tiene, igual en todo a usted, como puede ver!

“Pero por lo menos debería poner anuncios en los periódicos para que le devuelvan esa aureola o reclamarla en la comisaría de policía”.

“¡Ni lo piense! Aquí me encuentro a gusto. Usted es el único que me ha reconocido. Además, me aburre la dignidad. Y también me alegra pensar que la tomará algún mal poeta y se la pondrá sin ningún pudor. Hacer feliz a alguien, ¡qué satisfacción! ¡Y, sobre todo, hacer feliz a alguien que me hará reír! ¡Piense usted en X o en Z! ¿Eh? ¡Menuda diversión!”.

(Texto original en francés)

"Eh ! quoi! vous ici, mon cher ? Vous, dans un mauvais lieu ! vous, le buveur de quintessences ! vous, le mangeur d'ambrosie ! En vérité, il y a là de quoi me surprendre.
- Mon cher, vous connaissez ma terreur des chevaux et des voitures. Tout à l'heure, comme je traversais le
boulevard, en grande hâte, et que je sautillais dans la boue, à travers ce chaos mouvant où la mort arrive au galop de tous les côtés à la fois, mon auréole, dans un mouvement brusque, a glissé de ma tête dans la fange du macadam. Je n'ai pas eu le courage de la ramasser. J'ai jugé moins désagréable de perdre mes insignes que de me faire rompre les os. Et puis, me suis-je dit, à quelque chose malheur est bon. Je puis maintenant me promener incognito, faire des actions basses, et me livrer à la crapule, comme les simples mortels. Et me voici, tout semblable à vous, comme vous voyez !
- Vous devriez au moins faire afficher cette auréole, ou la faire réclamer par le commissaire.
- Ma foi ! non. Je me trouve bien ici. Vous seul, vous m'avez reconnu. D'ailleurs la dignité m'ennuie.
Ensuite je pense avec joie que quelque mauvais poète la ramassera et s'en coiffera impudemment. Faire un heureux, quelle jouissance ! et surtout un heureux qui me fera rire ! Pensez à X, ou à Z ! Hein ! comme ce sera drôle !"


Conforme el poema de Baudelaire:

¿Dónde se produce la escena y qué diferencias encuentra con el poema “Los ojos de los pobres”?

¿Qué característica del espacio urbano moderno es resaltada y como actúa el personaje?

¿Qué significa la aureola y cuál es el sentido de su caída en el fango?

¿Cómo interpreta que la aureola pueda ser tomada por el mal poeta y cómo haría entonces para distinguir entre este último y un buen poeta?


[1] Berman, Marshall, Todo lo sólido se desvanece en el aire, Buenos Aires, Siglo XXI, 1989 y Frisby, David, Paisajes urbanos de la modernidad, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2007.

[2] Lash, Scott, Sociología del Posmodernismo, Buenos Aires, Amorrortu, 1997, pp. 53 a 59.

[3] Ortiz, Renato, Modernidad y espacio. Benjamin en París, Buenos Aires, Norma, 2000, p. 31.

[4] “Esta imagen de la Revolución de 1848, de un excepcional interés patrimonial, fue tomada durante una de las cuatro Jornadas de Junio que provocaron varios miles de muertos en París, entre los insurgentes y las fuerzas gubernamentales. Conocemos su fecha precisa y el nombre del autor (¿un aficionado, habitante del barrio de Popincourt?) [se trata de] la reproducción, bajo la forma de un grabado sobre madera, publicada en L'Illustration del 1 al 8 de julio de 1848 y en un número especial de la revista Journées illustrées de la révolution de 1848, publicado en agosto de 1848” (www.musee-orsay.fr)

[5] Buck-Morss, Susan, Dialéctica de la mirada, Madrid, Visor, 2001, p, 107.

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